lunes, 2 de septiembre de 2013

¿Hay alguien ahí?


     La nave despertó del prolongado y oscuro letargo gracias a la alarma dada por sus sensores de largo alcance, los únicos que habían permanecido activos a lo largo de tan dilatada travesía.


     La sofisticada y autoconsciente computadora que gobernaba semejante ingenio de la navegación —cuya denominación técnica era S.I.N.T., Sonda Interestelar No Tripulada—, una de las joyas de la Flota Espacial, tomó de inmediato el control de las funciones principales de la nave y evaluó el grado de amenaza a que se enfrentaba. En seguida comprendió la necesidad de realizar alteraciones significativas en el rumbo trazado tiempo atrás, cuando era imposible prever que, en su curso actual, terminaría viéndose afectada por la atracción gravitatoria de un enorme planeta gaseoso. Tras llevar a cabo los pertinentes cálculos, ejecutó un nuevo plan de vuelo que, previsiblemente, la llevaría sin mayores sobresaltos al interior del sistema, el cual constituía su objetivo. Con los cambios realizados no solo sortearía aquel obstáculo sino que, además,  aprovecharía el tirón gravitatorio en su beneficio y ahorraría combustible sin perder velocidad. Al mismo tiempo podría deleitarse con las hermosas vistas proporcionadas tanto por el gigantesco planeta como por su dispar cohorte de anillos, formados en su mayor parte por hielo y partículas de polvo.

     La exploradora disfrutó un buen rato con el descubrimiento y la toma de fotografías de varios satélites pastores que, situados a uno y  otro lado de los anillos, mantenían  en sus respectivas órbitas el material que los conformaba. Entonces recordó su compromiso con la misión que le había sido encomendada, que no era otra que la búsqueda de planetas con condiciones adecuadas para albergar vida. O, con mucha suerte, especies inteligentes con las que sus creadores pudieran ponerse en contacto algún día. Sabía que ella sería la encargada de realizar el trascendental y siempre emocionante «primer contacto», lo que evitaba cualquier riesgo  para los humanos.

    «Vida» e «inteligencia». Curiosos ambos conceptos, al menos tal y como los entendían sus desarrolladores. Porque «ella» estaba viva y bien viva. «Vivita y coleando», que dirían algunos —los menos estirados— de los afamados científicos con los que había tratado. ¡¡Y también era muy inteligente!! Sin embargo, casi todos los humanos que había conocido parecían sentir predilección por «otras» vidas e inteligencias, las no engendradas por su, justo era reconocerlo, innegable talento creador. ¡Típico de los humanos! Desear lo que no pueden alcanzar y, al mismo tiempo, despreciar lo que tienen delante de las narices. Pero ella perdonaba  tales desplantes pues, al fin y al cabo, les debía la existencia y, aunque a veces le costara reconocerlo, también tenían  su encanto.

     Los datos seguían llegando a sus sensores, y S.I.N.T. —ella prefería no emplear el artículo delante de su nombre, pues entre los humanos era una práctica poco elegante— no había dejado de procesarlos ni un solo instante.

     Si bien la mayor parte del tiempo se trataba de un trabajo tan tedioso que «no le quedaba más remedio» que dedicar parte de su atención a alguno de los numerosos pasatiempos disponibles: intrincados autodefinidos, complejos rompecabezas —«rompecircuitos» los llamaba ella— o dedicarse a sí misma  alguno de los millones de temas musicales almacenados en su memoria, los cuales podía reproducir —e incluso acompañar con sus procesadores de voz— gracias a un compartimento interno que disponía de aire —todo el mundo sabe que «en el espacio nadie puede oír tus gritos», lo cual, por otro lado, tampoco es tan malo si desafinas—. Dicho habitáculo, desde luego, no había sido diseñado para tal fin, pero ella se las había arreglado para adaptarlo a sus «necesidades».

     No pasó mucho tiempo antes de que detectara unas extrañas y débiles señales de radio provenientes de algún punto del espacio cercano plagado de multitud de objetos irregulares de pequeño y mediano tamaño. Aquellas señales no procedían, la sonda estaba segura de eso, de una fuente natural, como las que emitía el gigante gaseoso que había dejado atrás. Los potentes algoritmos que dirigían el traductor universal incorporado a sus sistemas empezaron a trabajar en la transmisión para descifrar su contenido y permitir una eventual comunicación con quienes la hubieran enviado. Mientras tanto, SINT trazó un sencillo curso hasta el otro lado del campo de asteroides y se adentró en él sin dejar de escanear a su alrededor, atenta a cualquier novedad. Las rocas que conformaban aquella especie de ancho cinturón se hallaban lo bastante separadas entre sí como para  permitirle  atravesarlo sin problemas.

     Aquello —no sabía bien por qué— le hizo recordar el motivo principal por el que era «ella» y no una nave de mayor tamaño, capacidad y provista de tripulación humana, la que se encontraba allí en aquel preciso instante. No existía aún cuando ocurrió, pero retenía en su memoria hasta el último detalle de la historia tal y como se la habían contado. «Fue un golpe durísimo», le aseguraron. La nave colonizadora Gea, la primera de su clase, con ciento veinte mil almas a bordo, no llegó siquiera a iniciar su primer vuelo interestelar. Nunca trascendió qué ocurrió en realidad, solo se dijo que sus motores estallaron poco después de dejar atrás la órbita del último planeta del sistema, cuando se preparaba ya para abandonar el espacio normal y adentrarse en el hiperespacio, rumbo a las estrellas. Decenas de miles de vidas e ilusiones desvanecidas en unos pocos segundos. Aquel infortunio provocó cambios muy importantes; se cancelaron todos los proyectos relacionados con grandes naves interestelares al tiempo que se potenciaron las investigaciones relacionadas con inteligencia artificial y su aplicación en futuras misiones de exploración. Se habló de «conspiración». Se habló de «errores humanos». Se habló de «intereses económicos enfrentados». Luego nada.  De los avances que se sucedieron nació «ella». Y mucho más tarde, cuando alguien le relató  aquellos  trágicos acontecimientos, aprendió también algo importante  acerca de los humanos: que tendían a superarse cuando sufrían serios reveses, pero no eran tan eficientes a la hora de prevenir terribles desastres.

     La sonda notó que los datos que recibía de su entorno habían cambiado de manera sustancial. Ahora que se aproximaba al interior del sistema, sabía que había muchas probabilidades de encontrar algún planeta dentro de su zona de habitabilidad y, por tanto, rocoso, con atmósfera y una temperatura media que permitiera la existencia de abundante agua en estado líquido. Las lecturas directas coincidían con los informes y estudios que los creadores le habían facilitado, y ahora ya podía confirmar que, de los cuatro planetas que aguardaban ante ella, solo uno se desplazaba por una órbita apropiada. Deseosa de terminar la misión con éxito, aumentó un poco la velocidad a fin de llegar lo antes posible a su destino.

     Varias horas más tarde SINT entraba en una órbita estacionaria, desde donde podía investigar y tomar las decisiones pertinentes en función de los datos obtenidos. El planeta, en efecto, contaba con una enorme masa de agua en estado líquido, así como de una atmósfera respirable. Pero lo más interesante y determinante era, sin duda, la enorme cantidad de formas de vida de todo tipo que sus bioescáneres no dejaban de  detectar allá  adonde  los  dirigiera.

     En ese momento, el contorno de un nuevo cuerpo estelar, pese a la distorsión provocada por la atmósfera planetaria, comenzó a dibujarse en el horizonte, y la sonda apuntó sin demora con sus sofisticados instrumentos de medición hacia el nuevo objeto, que se fue haciendo más y más grande hasta revelarse al fin como una gran esfera gris blanquecina. «Un extraño satélite», pensó mientras analizaba los datos, «excepcionalmente grande en comparación con el tamaño de su planeta. Pero carece de vida», sentenció. De pronto, el sistema de comunicaciones se activó sin previo aviso, y la pequeña sección  que había  habilitado para su propio esparcimiento se llenó de ruidos que, esta vez sí, el traductor fue capaz de interpretar, permitiendo que S.I.N.T. escuchara las primeras palabras de una nueva especie alienígena inteligente, pese a su muy rudimentaria y primitiva tecnología espacial:

     ̶ Ffión…bwtención… nav no idenghficada…le hbbla el Cntro de Control Espacial de la Tierra… Por favor, responda a nuestras llamadas… ¿Hay alguien ahí? 



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Nota del autor:

El ser humano siempre se pregunta si habrá vida parecida a la que conoce en otros planetas. Quise responder a ese interrogante ofreciendo una hipótesis en la que en un planeta parecido a la Tierra (y cuya especie dominante, mucho más desarrollada tecnológicamente, se llama sí misma, “humana”) se ha producido una “evolución convergente”, un concepto que existe en la ciencia actual y que he tomado para aplicarlo a dos especies diferentes, aunque parecidas, de dos planetas muy alejados entre sí.

La convergencia evolutiva, evolución convergente o simplemente convergencia se da cuando dos estructuras similares han evolucionado independientemente a partir de estructuras ancestrales distintas y por procesos de desarrollo muy diferentes, como la evolución del vuelo en los pterosaurios, las aves y los murciélagos.

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